Construir la confianza desde el punto cero
Está bien, te creo...Pero necesito volver a construir la confianza.
Después de una infidelidad es difícil imaginar la posibilidad de volver a "brindar" a alguien el nivel más elevado confianza que has podido ofrecer. ¿Cómo "se entrega" la confianza cuando ya hay muchas muestras empíricas de que esa persona no sabe corresponder? ¿"Otorgar" confianza para volver a ser engañado? ¿No es esa una forma en la que tu mismo estás reprogramando tu dolor y decepción hacia el futuro? Bien lo dice la frase popular: "quien lo hizo una vez, no tendrá problema en hacerlo dos veces".
En el primer párrafo hay algunas palabras entre comillas que es bueno volver a leer. Todas hacen alusión a la idea de que la confianza es algo que se le da a una persona, se trata de un valioso intangible que se espera la otra persona valore y cuide.
¿Pero qué hacer cuando se pierde y el ofensor te pide una nueva oportunidad para que le reintegres tu confianza?
La primera respuesta podría hallarse en la diferencia entre los verbos dar y construir. DAR se refiere a la acción de ofrecerle alguien algo valioso, bajo la premisa de que esta persona lo valorará y hará buen uso del mismo. Por lo tanto, dar es una apuesta incierta, pero que al parecer valdría la pena intentar otorgarla a alguien. En muchas ocasiones dicha apuesta será administrada de la forma correcta y te resultará una acto gratificante, pero en otras ocasiones sentirás fue un verdadero desperdicio.
En cuanto a la poco deseada posibilidad de dar confianza y vernos defraudados, parece pertinente reformular el proceso típico con el que veníamos brindando nuestra preciada confianza. Por lo que la única opción posible y coherente parece ser CONSTRUIR la confianza desde el punto cero.
Para esto resulta útil analizar como paralelismo un posible enfoque que parece correcto en cuanto a la crianza con los hijos. Al iniciar su vida, el niño esta sujeto en un 100% al discernimiento y protección de los padres, pero se espera que a medida que este va creciendo, el hijo gradualmente empiece a demostrarse a sí mismo -y a sus padres- que tiene la capacidad de gerenciar su vida, sus emociones y decisiones.
En esta escalera evolutiva, el hijo pide cada vez mayor libertad, mientras los padres "dosifican" la cantidad que consideran el niño tiene la capacidad de corresponder. La confianza en la crianza se construye en la medida en que -de manera gradual- confías ciertos niveles de libertad y observas la forma cómo el niño la administra ojalá de una forma correcta, sabia y medida.
La OMS aconseja "darle" un celular a un niño a partir de los 12 años, pero la verdad es que hay niños de 8 años que podrían manejarlo de manera correcta, mientras hay "niños" de 45 años a los que todavía les queda grande este derecho.
En la mayoría de países los jóvenes podrían empezar a conducir automóviles desde los 16 años, pero hay personas que ya han superado por décadas ese umbral de edad, a los que deberían quitarles este permiso y vetarlos de por vida. Dejar que estas personas conduzcan autos es tan delicado como darle a una persona perturbada mentalmente un revolver.
DAR el pase, es definitivamente una apuesta de la sociedad hacia el individuo. Pero cerciorarnos de la capacitación -conciencia- y cuidado que tienen las personas para usar esta credencial potencialmente peligrosa, también debería ser una necesidad constante de tipo social.
Bajo esta misma línea de ideas, podemos ver cómo alguien al final cometió errores (te fue infiel) y no supo conducir su libertad. Aunque no es una idea muy agradable, a cualquiera de nosotros nos podría pasar. Sin importar los años de experiencia conduciendo, un día inesperado nos distraemos, dejamos de ver alguna señal de tránsito, jugamos con el volante o sencillamente confiamos en nuestra propia experiencia derivada de muchos años de conducción. Pero en un abrir y cerrar de ojo notas que ahora eres el responsable de un grave accidente. Has defraudado la confianza de los que confiaban en tus capacidades de conducir y no es exagerado pensar que ese día deberían retener indefinidamente tu licencia para manejar en la carretera de la vida.
La multa de tránsito y los costos de reparación de todos los autos y bienes dañados son el castigo directo. Esos costos no parecen ser negociables. Tus fracturas, heridas y cicatrices también son innegociables y debes tener paciencia para recuperar tu capacidad de moverte. También costará algún tiempo que tú y las víctimas del accidente dejen de sentir dolor, inseguridad y miedo debido al trauma que han tenido que vivir.
¿Cómo podrías volver a tener un volante en tus manos y confiar en que no volverás a causar tan impresionantes daños? ¿Pondrás de nuevo en en riesgo la vida de las personas que transportas o la de los que te rodean?
Es cierto que en la mayoría de países tendrás que asumir consecuencias sobretodo económicas y posiblemente legales, pero a no ser que comprueben que te encontrabas en un estado de alterada conciencia -principalmente alicorado o drogado- en cuestión de días podrías estar conduciendo como si nada.
Lo mismo parece pasar con el amor, si eres quien causó un lamentable y potencialmente mortal accidente de infidelidad, parece suficiente asumir ciertas consecuencias: vergüenza familiar y social, lamentación y posiblemente algún tipo de perdida o separación temporal.
En este caso, parece indiferente que la relación termine o continue, lo cierto es que hay una alta probabilidad de que con tu actual pareja o la siguiente, sigas conduciendo el vehículo del amor como un irresponsable y un silencioso asesino.
Uno de mis pacientes mientras leía este articulo reflexionó lo siguiente:
Como el causante del accidente, creo que el miedo y falta de confianza para volver a conducir, se van a ir reduciendo drásticamente cuando entienda las causas que el provocaron el siniestro. Posiblemente estuve manejando de manera errónea toda mi vida y aún a sabiendas que estaba mal, nunca tomé las medidas correctivas.
A este paciente al igual que a muchos, no haber tenido accidentes durante sus años de conducción le hacía creer que nunca pasarían. Muchos manejamos el volante del amor de forma acelerada, arriesgada, adrenalinesca e irresponsable. Pero lo más preocupante es que vemos que como hasta el momento no hemos experimentado accidentes -o al menos no lo suficientemente graves- a la velocidad la llamamos experiencia, a arriesgarnos lo llamamos valentía, a la adrenalina la llamamos diversión y a la irresponsabilidad la llamamos pericia. Cuando nos percatamos que algunas personas se ven preocupadas o inquietas al ver la forma en la que "nos manejamos en el amor", lo más seguro es que las miremos con una sonrisa sarcástica y altiva, mientras les decimos: "No te preocupes, soy muy bueno en esto. Sé que parece arriesgado y peligroso pero yo tengo el control, mira que no he tenido ningún accidente en todos mis años de conducción".
Lo mas triste es que la autopista del amor se parece mucho a las carreteras latinoamericanas, en las que manejar de manera segura, responsable, conciente y mesurada es la excepción y no la regla. Conducir de forma correcta en una carretera latinoamericana es sin duda visto como lento, torpe y temeroso. En el gremio de los conductores latinoamericanos para ser reconocido como un excelente conductor debes ser capaz de conducir en condiciones meteorológicamente peligrosas, con poca visibilidad, con fallas mecánicas, a altas velocidades, mientras trasgredes de todas las formas las normas de tránsito y la autoridad sin que nadie te pesque (descubra). Esta resulta una excelente analogía para ese amor tan machista -y actualmente feminista- que se nos comercializan todos los días. Es un "duro" en el amor aquel que ama sin importar las condiciones que lo rodean, ama sin importar cuán ciego se encuentre mentalmente, ama sin importar las profundas fallas que hay en se mecánica emocional, ama fugaz y explosivamente, y finalmente ama, sin importarle los límites y normas para transitar con respeto hacia el amor. En el mundo moderno y perturbado es un audaz quien tiene más de un amor, quien ama libremente, quien ama el peligro, quien ama el conflicto, quien ama en secreto y quien ama rompiendo todas las reglas. El problema no es ser infiel, es ser tan tonto y poco astuto, como para que te hayan descubierto.
Continúa escribiendo mi paciente:
En cuanto al miedo, creo que nunca desaparecerá por completo y eso no es necesariamente malo. Cuando sabes que has causado tan grave accidente y pérdidas de todos los tipos, las probabilidades de que tengas pesadillas en principio y luego recuerdos muy vívidos es casi segura.
La pregunta sería: ¿cómo vas a usar ese miedo? ¿Podrás hacer del miedo algo habilitador que de libertades y garantías de no repetición, siendo completamente consciente del daño causado?. O contrario a esto ¿vas a hacer que este sea un miedo paralizante el cual solo te alejará del timón de tu vida por un buen tiempo? Sin duda esto causaría que cuando tengas que manejar nuevamente estarás tan falto de confianza, que seguramente vas a fallar una y otra vez.
Tal y como lo dice mi paciente, el miedo en sí mismo no es malo. Durante mis años de experiencia veo al ofensor muchas veces sumergido en el terror de estar perdiéndose a sí mismo y todo lo que compone su vida.
La ciencia está en hacer del miedo una puerta hacia el cambio, pero no el camino del cambio.
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